miércoles, 16 de octubre de 2013

Cuando el Paraíso se ofrece como desamor y desesperanza: De la Trilogía de Ulrich Seidl



Cartel en cines La Alhóndiga de Bilbao
Las tres virtudes teologales para alcanzar el Paraíso (la Caridad –como Amor-, la Fe y la Esperanza) que algunos conocemos por protagonizar el Catecismo aprendido, parecen expuestas en forma respectiva de película en los sucesivos festivales de Cannes, Venecia y Berlín, formando la Trilogía ‘Paraíso’ (presente al fin en las carteleras españolas) del director austríaco Ulrich Seidl, adoptando quizás por ello la nomenclatura religiosa para sus títulos tan cara a la católica Austria que a su vez tanto deploran el escritor Thomas Bernhard en sus obras (las autobiográficas El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño; también en El trastorno, El ignorante y el demente…) o que recrea en sus penumbras sociales la premio Nobel de literatura Elfriede Jelinek (La pianista, Las amantes, Los excluidos, Obsesión, Bambilandia), todos ellos de ese país.
Ulrich Seidl

En la primera de las películas, ‘Paraíso: Amor’, una madre de unos cincuenta años que instruye a su hija adolescente sobre cómo comportarse, tanto al cuidado de su piadosa hermana tan celosa de buscar seguridad (la protagonista de la segunda “Paraíso: Fe’), como cuando acuda al campamento donde aprender a controlar su sobrepeso en  Paraíso: Esperanza’, se va de vacaciones a la exótica Kenia en busca de una quimera: obtener a plazo fijo el ser querida con acompañamiento de sexo, conforme a un inconfesable prejuicio de superioridad de civilización y claro está, económica “muy clase media occidental”.

Amor
En el establecimiento hotelero y su playa, los ‘beach boys’ que ofrecen sus abalorios y servicios a estas que denominan ‘sugar mama’, persiguen algo muy distinto que la protagonista Teresa (la actriz Margarete Tielsel) no es capaz o no quiere admitir, en un ejercicio de incomunicación tan patético consigo misma como en las “conversaciones” telefónicas con su hija, resueltas con cáusticos mensajes dejados en los contestadores recíprocos.
Esperanza













 

El espectáculo de “desamor” y frustración del lado de la madre (inefable la ciega trayectoria de malentendido afecto con la supuesta excepción a dicho juego encarnada por el joven nativo Munga -actor Peter Kuzungu- al que castiga pegándole por “mentir” con ello), como por otra parte de “desesperanza“ del lado de la hija en su campamento de niños obesos en medio de idílicas montañas (escenario de la tercera película comentada), completan de manera originalmente coral un mundo en el que la palabra está vetada, expulsada por los mixtificados recursos de “autoayuda” ofrecidos por los viajes o campamentos tanto da.

El énfasis en la estúpidas disciplinas planteadas a la joven Melanie -actriz M. Lenz- junto al grueso muro de incomprensión levantado contra su búsqueda de algo que pueda parecerse a un padre, que aprovecha para sus melifluas perversiones un inopinado “médico”, ofrecen un panorama de malestar que solo a duras penas es capaz de balbucear (a un contestador-grabador de teléfono claro está) una Melanie ya desconsolada.
Fe

Tres películas para ver como quien roza de manera áspera una realidad sorprendentemente cercana -a pesar de su apariencia irrisoria y de ser expuesta con recursos tan minimalistas-, y que dejan muy posado en nuestra cabeza ese amargo e inquietante latigazo de reflexión a menudo muy rehuída cuando se identifica aquella realidad -en un ejercicio de supuesta autodefensa- como algo presuntamente ajeno a nosotros o nuestro entorno. 
[Entrada para su publicación en la revista "Carretel"] 



Filmografía de Ulrich Seidl:
1990 Good News
1992 Mit Verlust ist zu rechnen (Con pérdidas previstas)
1995 Tierische Liebe (Amor salvaje)
1999 Modelos
2001 Hundstage (Días de canícula)
2003 Jesús, ya lo sabes
2012 Paraiso
 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Responsabilidad individual versus colectiva: Hannah Arendt


Cartel de la película Hannah Arendt
«Donde todos son culpables, no lo es nadie [...] Siempre he considerado como la quintaesencia de la confusión moral que en la Alemania de la posguerra aquellos que estaban completamente libres de culpa comentaran entre ellos y aseguraran al mundo cuán culpables se sentían, cuando, en cambio, sólo unos pocos de los criminales estaban dispuestos a mostrar siquiera el menor rastro de arrepentimiento.»
            De H.A. Responsabilidad personal en la dictadura 1964

La película de Margaret Von Trotta sobre H.A. (definida a sí misma como pensadora de la Teoría Política más que filósofa), pone de nuevo en boga ese espinoso asunto de la responsabilidad moral del individuo.
Leemos en Wikipedia que Hannah Arendt consideró que el proceso contra Eichmann que cubrió como  corresponsal en Jerusalén, se habría realizado correctamente y que vio jurídicamente irrelevante la defensa que quiso disculpar su responsabilidad en tanto que “ruedecilla en el enorme engranaje del aparato burocrático”.  «Durante el nacionalsocialismo, todos los niveles de la sociedad oficial estuvieron implicados en los crímenes.», v.gr. las medidas antisemitas que antecedieron a los crímenes en masa y que fueron consentidas en todos y cada uno de los casos «hasta que se llegó a un punto en el que ya no podía pasar nada peor.». Los hechos no fueron realizados por «gánsteres, monstruos o sádicos furibundos, sino por los miembros más respetables de la honorable sociedad.». Por eso señala a los que colaboraron y siguieron órdenes proponiendo preguntarles no «¿por qué obedeciste?», sino «¿por qué colaboraste?».


A esto le puso un nombre con una expresión que traería cola: “La banalidad del mal”. Y trajo cola porque una trivialización de su razonamiento condujo a ser acusada de relativizar la monstruosidad de los criminales concretos y más sobresalientes, en aras de repartir ésta entre muchos más colaboradores, incluidos ¡ay! algunos rabinos, asociaciones o autoridades judías, intentando furibundamente éstas poner sordina sobre cualquier sombra que nublase su comportamiento de ocasional colaboración si no de silencio en que un engranaje perverso tal pudiera abrirse camino sin aparente dificultad en la Alemania de entreguerras.


Esa tensión aún prevalece, siendo incluso H.A. tachada de antijudía por algún que otro poderoso lobby judío (de NY sobre todo) hasta extremos de calumnia o aplicándosele la medicina autoritaria de mal recuerdo cual fue la censura (si no la quema directa) de su producción en el país a que dio origen la exitosa propuesta sionista de creación del estado de Israel con la que ella misma simpatizó.



Burmeslstein durante la entrevista de Jot Down
Una entrevista en la publicación Jot Down al hijo del rabino B. Murmelstein, responsable judío del gueto de Terenzin que antes había estado al frente de la oficina de inmigraciones judías de Viena fundada por Eichmann, así lo corrobora. En ella arremete contra esta mujer mostrada según él “como heroína” por el filme citado, cuando “esa discípula del nazi Heiddeger” puso tierra de por medio “cuando otros arriesgaron quedarse para salvar vidas” aunque ello supusiera la de sacrificar a otras.  Se refería a la experiencia de su padre, objeto de un documental exhibido en el último Festival de Cannes con un hilo argumental que contrarrestaría el aura de traidor con el que por supuesta injusticia se le habría condenado por la historia. 


Portada del  comic Maus de  Spiegelman
Es importante señalar que la coherencia de H.A. es radical en lo que concierne a la responsabilidad individual de los actos y… también de los afectos y opiniones. Al reproche por su discurso presuntamente antijudío por desbaratar ocasionalmente los cómplices silencios sobre hechos que no podía aceptar desde ningún punto moral y que afectaban a la causa o miembros del llamado pueblo judío, estado de Israel incluido, afirmó con valentía que ella «no ama[ba] a pueblos sino a personas», lo que vale decir tiene una actualidad innegable.

Innecesario entrar en los pormenores de la polémica para ponerse al menos del lado de una honesta propuesta de apoyo al ejercicio de pensar, eje de una de sus más famosas exposiciones magistrales en sede universitaria que es recreada por la película. Sus libros “El querer” y “El pensar”, se sumergen en esa sima donde se llega uno a interrogar cuánto tiene que ver «el pensamiento como tal –la costumbre de investigar todo lo que ocurre o llama la atención sin tener en cuenta los resultados y su contenido especial– en crear las condiciones que impiden o que por el contrario predisponen a los seres humanos a hacer el mal».

[de mi contribución aparecida en el Boletín 12 de la ELP para el Foro "El Malestar en la democracia -Efectos políticos y subjetivos" del 28 de septiembre de 2013 en Madrid]
     

miércoles, 3 de julio de 2013

Hablar en público, hacer presentaciones: el imperio del enfoque comercial...



El día 2 de julio tuvimos en mi empresa un curso dirigido a los compañeros de mi área en la organización denominado “Cómo hacer presentaciones y hablar en público” a cargo de  José María Palomares.
Con una efectividad indiscutible, hizo honor al objetivo de calar en nosotros algunas ideas-fuerza sobre cómo precisamente lograr que en nuestras presentaciones con ocasión de reuniones, conferencias, exposiciones corporativas o en trato con los clientes, calase en la audiencia nuestra propia idea-fuerza. Y a que nos preguntásemos (como reza el lema de promoción de su propio libro de Autoayuda destinado a darnos respuesta a estos interrogantes y aprender en una semana)si estamos preparados para hablar en público o tenemos la formación necesaria para realizar una presentación efectiva”.


Y digo irreprochable, pues conforme a un guión muy bien estructurado (1.- Mensaje; 2.- Audiencia; 3.- Técnicas; 4.- Recomendaciones y 5.- Fuentes de inspiración) expuso en menos de dos horas todo un abecé de la buena práctica de hablar en público. Y digo abecé pues algunas ideas precursoras del voluntarismo propias de aquellas publicaciones de autoayuda suelen reiterarse en distintos foros de formación parecidos [como el de “la relevancia pasa por ser diferente" (foto con cuatro cebras de frente y una de espaldas en este caso), que conocí en otro tiempo con “la teoría de las vacas azules”, o que “hacer una presentación es hacer una venta  emocional”, que hace referencia a la importancia de la inteligencia emocional a la que se alude mucho en los últimos años en charlas de este tipo, etc..

Con criterio transparente, J.M Palomares  nos alertó bien al comienzo de que para una presentación se debe aplicar  un enfoque comercial, lo que ya delimitaba honestamente el horizonte de habilidades que pasaba a continuación a describirnos. Y es aquí, o más exactamente  en la periferia de ese lugar prefijado, donde se me plantea la digamos que “crítica de la razón práctica” -al modo de algún filósofo decimonónico-  respecto de los axiomas de la comunicación que ya se han consolidado como moneda corriente del “saber popular” del  S. XXI… Y es que al igual que se dice que todo español es un experto entrenador de fútbol, puede decirse ya que igualmente es un sabio crítico de la efectividad de un anuncio televisivo o de una campaña publicitaria o electoral.











Vale que el objeto de una presentación sea tener claro qué se quiere conseguir de la audiencia, “concentrando tu idea-fuerza en una frase clara y concreta […] dando a la audiencia una razón para escucharte”. Pero es también verdad que enfatizar esa idea desde el principio, recuperándola al final en el resumen, una vez sorteado el espacio temporal en la parte intermedia en la que “se desentiende la audiencia” según una curva muy reproducida en la presentación que aquí se comenta, puede a su vez dibujar un formato de exposición más parecido a enarbolar un  eslogan (el mensaje al que estén subordinadas todas la imágenes de refuerzo, sin datos de demostración palpables) propio de las técnicas de publicidad  que a un verdadero ejercicio de persuasión por la palabra [más adelante citaría al profesor A. Mehrabian, que demuestra que ésta solo representa el 7%, siendo el resto voz -38%- y lenguaje no verbal -55%].

Se podrá argüir que lo que importa a fin de cuentas es introducir el mensaje, y que este sea no solo recordado sino hecho suyo por la audiencia… Pero un riguroso planteamiento de respeto a esa audiencia debiera incluir el de preservar su autonomía intelectual sin que pudiera siquiera sospecharse de intentar manipularla.
La deliberada ligereza promovida para las presentaciones (el ponente lo estructuró en ‘fácil’, ‘concreta’, ‘corta’, ‘sencilla’ y ‘directa’ –método Kiss- , indiscutibles condiciones “para ser escuchado”) habla del propósito originario de introducir una idea o mensaje en razón de lo liviano del esfuerzo con que penetra. En algún momento se llegó a hablar (en el apartado de Técnicas) de la utilidad de las storytelling (una vez más el discurso de líderes carismáticos como Martin Luther King o de triunfadores como san S. Job en Stanford, del que se nos hurtó esta vez la parte que a mí me parece muy interesante referida al sentido de la muerte), anécdotas y experiencias personales* (Barack Obama)  y…, muy inquietante, de la Repetición.

 







En un recién inaugurado programa televisivo en el que Ana Pastor revisa con su “equipo de investigación” la veracidad de las afirmaciones vertidas por personas de la vida pública (miembros del gobierno o responsables de la Administración por ejemplo), llega a demostrar con datos trabajadamente objetivos** que las ideas expresadas por aquéllos no por muchas veces repetidas, llegan a convertirse en verdaderas (clamorosa fue la demostración sobre el número de indultos realizados por cada gobierno, pillando a Gallardón en otra de sus falsedades dichas con cara de no romper un plato en su vida). ¿Quién no ha escuchado mil veces el “no hay más remedio que” (dando por hecho el incontrovertible fatalismo de decisiones  que sin embargo son voluntarias y de índole política e ideológica)?, ¿o esa más culpabilizadora de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”  hasta el punto de perpetrar la mentira de tomar por verdad del Todo la irresponsabilidad de una Parte?: Y esas ideas se expresan conforme al rigor de unas reglas técnicas enumeradas más arriba: basta con reiterar comparecencias con tales ideas-fuerza vía plasma o persona subordinada interpuesta todas las veces que hagan falta.

Dejo a un lado otros aspectos considerados por J.M Palomares que desencadenaban en mí otros interrogantes, como el supuesto de pasión (e incluso alegría) requerido al orador si pretende su objetivo, pues este no siempre sería vender la idea (por usar ya sin complejos este término independientemente de su naturaleza -un producto, un servicio o simplemente una consigna), sino en ocasiones pasar un trámite, cumplir con una obligación periódica, o más genéricamente, dar satisfacción a un encargo independientemente de la idea, intercambiable por cualquier otra en función de las instrucciones.

Habrá que reconocer que si la disposición al acudir a una presentación es efectivamente pasar un buen rato, entendiendo por tal que el esfuerzo intelectual esté descartado como base alguna de placer (charlas literarias, conferencias sobre cualquier tema filosófico, o hasta un seminario sobre Lacan, estarían entonces excluidas, y audiencia sin embargo tienen), se estaría hablando de aceptar una incondicionalidad de suyo con el mensaje en trance de recibir, solo exigiendo del orador el respeto a las reglas del entretenimiento así concebido: Una claridad del mensaje –estableciendo ya una complicidad con el objetivo, incluso sin que podamos asegurar su carácter de plausible-, una buena historia personal por aquí, algún buen vídeo por allá, y una administración de los tiempos que no lo hagan cansino.

Pero entonces habrá que reconocerse también que, si bien recordando el mensaje gracias a la eficacia de su comunicación, podamos abandonar la sala de reunión o conferencia con un regusto amargo: el de sabernos partícipes de un juego, en el que nuestro rol sea el de simple y reiterado receptor de aquellos mensajes de los que hacernos cómplices con tal de que se hayan trasladado con el rigor exigido conforme a las reglas de su transmisión entretenida, quedándonos eso sí,  espacio para la crítica de los detalles perfectibles del procedimiento de comunicación utilizado y dejando en un segundo plano el contenido, al modo con que igualmente criticamos al entrenador de nuestro equipo de fútbol por la estrategia y alineación utilizadas y no al juego mismo de sus jugadores.
 

(*) Para no ser menos el orador mismo aludió en algún momento de su exposición a su experiencia personal para ilustrarnos la ventaja de ensayar con presentaciones “menores” la presentación principal al modo como se corren carreras populares de menor número de Km.  para preparar el maratón anual en el que participa. [Está pendiente una investigación que analice la fascinación que ejercen en las presentaciones los retos concebidos por alpinistas cazadores de ochomiles así como los de atletas y corredores, singularmente de maratón: Al parecer para la autoayuda ya se dispone de ¡cómo no!, otro “Del sillón a la maratón” (en dos años)” de Antonio Ríos .
En otro orden de propuestas, recomiendo sin que tenga nada que ver con lo aquí expuesto,  el libro de Murakami  "De qué hablo cuando hablo de correr" .


(**) A este respecto, en la charla se descartaban por descontado todas las ‘slides’ (las ppt de una presentación) que contuviesen farragosas cifras o extensos datos de apoyo que distrajesen del propósito de protagonismo constante de la idea-fuerza principal. Según esto y otra inquietante reserva sobre la “conveniencia” o no de plantearse la interacción con la audiencia tras analizar a ésta –se proyectó una foto ejemplificadora de público presuntamente hostil en la que todos parecían ‘punkis-, quedarían los aspectos destinados a la demostración de la idea-fuerza reducidos a una suposición poco menos que apriorística, o a lo sumo con una o dos cifras resumen basadas en alguna fuente “compleja de desentrañar (‘que no es ocasión ahora de aburriros con ellas’)”.  ¿Quién no ha asistido a presentaciones con un engañoso y único número en grande en la ‘slide’ indicando un porcentaje o cantidad por el que preguntarse qué protocolo de objetividad se ha seguido para llegar a él?  Mi deformación profesional como ingeniero me revuelve contra estas estrategias de simplificación que bajo la coartada de hacer falso honor a la cita de Einstein  –¡cómo no también traída a colación en este curso!- referida a no saber explicar de forma sencilla lo que no se entiende bien, convierten en difícil de creer lo que sí sería fácil de reforzar con demostraciones sencillas que cada vez más desaparecen de las presentaciones…