sábado, 11 de marzo de 2017

Globalización vs.Localismo y la "huella de carbono": Por un comercio internacional justo y sostenible

El discurso de la globalización suele aparecer como antipático y agresivo y el del localismo como amable y militante, pero estas imágenes son de difusa procedencia y nunca se sabe a qué experiencias o sensaciones personales corresponden
Desde que el mundo es mundo, ha habido comercio global, navegantes fenicios que atravesaban de Este a Oeste todo el Mediterráneo para vender sus productos vía Ampurias, Calpe, Málaga (Malaka) o Salobreña, y exploradores como Marco Polo que se adentraban al misterioso Oriente lejano para buscar las especias tan maravillosas que se nos anunciaban de allí, y por las que la Europa medieval suspirábamos, pues algo bueno podrían tener para que fueran sustento de civilizaciones tan antiguas como la china. Y porque no solo de lo conocido vive el hombre, sino de la ilusión y curiosidad por lo que hay al otro lado.
Esa pulsión humana por probar lo distinto a lo que su propio “terroir” produce es muy anterior a la preocupación por la “huella de carbono” (*), y con otras preocupaciones que también los embargaban como los peligros del viaje o el desfallecimiento de sus caballos o el sacrificio de carromatos y barcos para el transporte de sus mercancías, esos viajes siempre se realizaban. Estas migraciones de productos en las grandes distancias se circunscribían a los no perecederos claro está, pero incluso de éstos se efectuaban procesamientos a base de salazones, se utilizaban cántaros específicos y eran conocidos conservantes naturales, que hacían accesibles por ejemplo productos frescos del sur de la Hispania de hace dos mil años a las mesas de los ciudadanos de Roma, por citar algún recuerdo sobre las almadrabas de Zahara de los Atunes/Bolonia en Cádiz (la antigua Gadir).
Ejemplos se me ocurren muchos, pero si el pescado que tomamos en el País Vasco se hubiera nutrido de solo las truchas de sus ríos o del de bajura de sus costas, ni el bacalao al pilpil del traído de Terranova ni las merluzas a la koskera gracias a adentrarse bien lejos en el “Mar de Vizcaya” a pescarlas, formarían parte de nuestra orgullosa tradición culinaria.
Y qué decir de por ejemplo las bebidas. Si lo local fuera el único legítimo consumo en lo que a éstas se refiere, sería antinatural la sugerencia de repartir la afición alcohólica entre el whisky Jack Daniel a un americano de la América profunda con un vino tinto producido algo más lejos en su propio país (más al oeste en California) al requerir su transporte contaminante. Ni disfrutar más que en las proximidades de Burdeos de las ingentes cantidades de  Beaujolais joven que se perderían irremediablemente en sus bodegas si no viajaran rápido a los cincos continentes.
Es imposible una distinción entre los productos que sí pudieran entrar en la cesta de lo justificable para su transporte dejando huella de carbono en el camino y los que no, que esté basada en dirimir la legitimidad o no de esa pulsión de diversidad y curiosidad que anida en el ser (consumista) humano, por considerarlo una suerte de “capricho occidental” pues se puede querer aderezar con trufas de Soria una comida sin que para ello en mi ciudad de vida habitual (pongamos que 500 km más al sur) los produzcan.
Y no vale descartar tales ejemplos por ser productos no radicalmente frescos (al modo como lo son las frutas, verduras, flores, o pescado y carnes) o en realidad locales en los dos ejemplos citados, por entender como tales los de un mismo país, pues éstos pueden ser tan extensos como para dejar su transporte a distancias siderales de los que pueda suponer por ejemplo el transporte de aguacates del Caribe a la cercana costa de Miami, eso sí otro país. En un primer momento, los kiwis traídos de Nueva Zelanda muy caros por cierto en la tienda, motivaron el emprendimiento de realizar su cultivo en condiciones ambientales similares en Galicia, haciendo finalmente de este capricho “exótico” una costumbre en la mesa española. ¿Podrá alguien reprocharnos que sin embargo ocasionalmente deseemos probar el “auténtico” de Nueva Zelanda, como quien se reserva del bolsillo algo para tomar un buen vino Reserva por tal o cual “ocasión a celebrar que bien lo merezca”?

Producción responsable en origen: Sobrexplotación y competitividad basada en contaminación y/o precios

Pero claro, el “sentido común” obra el milagro de demonizar el transporte de mercancías frescas como un exceso consumista occidental en detrimento de la calidad ambiental por ser productos destinados a …(¡qué frivolidad!) la alimentación. La huella de carbono dejada para su transporte no tiene tan mala prensa si se tratase de las codiciadas materias primas y minerales, o de la transferencia de ingresos para países desarrollados que supone exportar su tecnología y todos sus dispositivos ligeros o pesados (armas incluidas), su ropa y cachivaches varios capaces de llenar contenedores y aviones repletos de ellos, dejando en el primer caso escasos ingresos a sus productores, y en el segundo endeudándolos hasta las cejas.
Pero hay muchos intereses agrarios, muchos habitantes del medio Oeste americano o de la profunda Europa "verde", que en la complaciente inercia de contar antaño con una suficiente demanda local de sus productos generados en el primer caso en grandes extensiones en prácticas casi industriales de monocultivo tras grandes inversiones o al contrario en el segundo caso por medios casi artesanales muchos de ellos incluida la distribución en establecimientos de vecindad (no todos, que la afición al gran Supermarket la han promocionado ellos mismos) no encuentran más desesperado relato para salir de ello que no idear cómo colocarlo en el mercado global para supervivencia de su propia tienda de proximidad (internet sería y es ya su escaparate en muchos casos si el emprendimiento opera en ellos) o entregarse al más letal de los discursos: el de apoyo a “lo local”, entendido en el sentido de rechazo a “lo de fuera”, con su correlativo apoyo a medidas del corte más ranciamente proteccionista, mediante aranceles, salidas de la UE o de otros ámbitos de acuerdo o de Tratados de mercado libre entre países, etc.
Es verdad que quienes desde la política (nacionalista y con un sesgo populista “ya sin complejos”) quieren vender las excelencias de “lo local” vs. “lo de fuera” se nutren torcidamente de verdaderas razones ciertas (valga la redundancia), y que no son poco importantes. Hay incluso una comprensible “moda” de los productos ecológicos que se refuerza en etiquetas y estanterías, aunque para traerlos a casa o al súper se hagan largos recorridos en coche individual o multitud de furgonetillas. Excede al objetivo de esta reflexión pormenorizar en todas aquellas razones (solo se irán enumerando describiéndolas brevemente durante la argumentación), pero me interesa sobre todo recalcar que la resolución de un dilema de supuestos contrarios así se dirime en otro ámbito de lucha que tiene que ver con la democracia, la reglamentación justa de las relaciones contractuales de trabajo en cada país y la escrupulosa regulación del procedimiento de producción y cultivos en lo que se refiere a la sostenibilidad.
Ningún movimiento de los que gustan aventar los demonios nacionales se interesa realmente por los problemas de dicha sostenibilidad ni de explotación en esos países pobres (les da igual que lo sigan siendo, con tal de impedirles que sus productos legítimamente producidos en ellos sean vendidos en su país, compitiendo en calidad con los del propio “terroir”), sino recuperar una imposible posición de privilegio comercial que estaba en la impronta de la costumbre que la escasa amenaza de otra competencia lejana en la distancia proporcionaba por lo menos en lo que a alimentos frescos se refiriese.

Pero ¡ay!, los transportes y la conservación han evolucionado, con sus traslados ‘low cost’ tanto en barco como en avión gracias además a la transformación radical de la logística (del invento del container como revolucionario se han escrito libros enteros), y productos que escapaban al trasiego comercial internacional han venido a reunirse con los que –no lo olvidemos- ya existían en los ámbitos en que no eran puestos en cuestión porque formaban parte de la superioridad tecnológica de los países del primer mundo.
Y claro, ¿qué países tienen al menos algo que aportar al mundo que radique en su propia riqueza natural, y que además, incorporándoles valor en origen puedan servir al desarrollo local de los niveles de vida de sus comunidades con creación de empleo y servicios?: pues los países pobres del 2º o 3er mundo. Si en Marruecos los tomates son buenos, crecen bien, y una manufactura  apropiada los sitúa como competitivos en el mercado francés o español, ¿por qué no habrían de tener su lógica salida en el mismo, de la misma forma que los coches de la antigua metrópolis lo son en el mercado marroquí? Se me ocurre hablar de las flores de Colombia, del vino de Chile, del aceite de Jaén, o de valga uno a saber qué genuina salsa mexicana, pero a nada de todo ello debe impedírsele la exportación en razón discriminatoria que arguya la huella del carbono dejada por ello: Puede minimizarse ésta (y dudo que por peso, volumen y cantidad pueda responsabilizarse a los alimentos de la culpa principal de las citada huella en lo que a transporte se refiere, entre otras cosas porque su pérdida en el camino dejaría un desecho reciclable, a diferencia de un tanque), debe garantizarse su trazabilidad por si hubiera que sobrecargar impositivamente perjuicios ambientales no autorizados, deben cuantificarse las cuotas, regularse los permisos, certificar los procedimientos de producción permitidos (ni sobreexplotación obrera -por no hablar del trabajo infantil-, ni uso de sustancias contaminantes en la agricultura, industria ni en la piscifactoría, ni tratamiento inadecuado de sus residuos, ni usos prohibidos de pesca en el mar, …).
       Pero ninguna política proteccionista que de suyo -por tradición y acerbo reaccionario en su raíz- es sorda a las consecuencias humanas negativas de los muros selectivos colocados a un comercio libre entre países de un planeta tan pequeño -que incluso sus habitantes para pasar fines de semana en el otro extremo del mundo no reparan en huellas de carbono dejadas por ello-, esas políticas proteccionistas digo, no serán nunca la solución que la prosecución de un mundo más justo e igualitario demanda.

(*) Huella de carbono se conoce como «la totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto». ... La huella de carbono se mide en masa de CO2 equivalente