miércoles, 16 de febrero de 2011

Emociones positivas o el "si quieres puedes"

Acabo de acudir a una conferencia en mi empresa destinada a formadores internos, titulada “678: El número de la Ciencia”, impartida por Luís Castellanos, director de “Jardín de Junio”, ‘consultora estratégica de investigación en neurociencia cognitiva aplicada. Doctor en Filosofía y Letras y formación en psicología; formador de directivos y formador de empresas’.

Luís Castellanos
La conferencia empezaba con una gran diapositiva con el lema “678: Una mina de oro”. Hacía referencia al número de monjas de una comunidad católica creo que norteamericana, que sirvieron de muestra al Dr. David Snowdon para un trabajo sobre la relación de la longevidad con lo que más adelante definió como las emociones positivas tratadas y desarrolladas por ejemplo por el ‘gran experto mundial en emociones’ Antonio Damasio.
La muestra la podía el conferenciante considerar representativa por varios "indicadores controlados para un estudio que quisiera ser científico” (misma alimentación, iguales cuidados médicos, la misma forma de vida, no tener hijos ni sexo, con dedicación idéntica –la educación- y con un parecido nivel de formación).
Tras recorrer varias características que unían el comportamiento de esta muestra, a saber “la primera forma de acogida es la sonrisa”, “siempre abiertas a nuevas ideas y posibilidades (curiosidad encendida)”, etc. [no discuto la idiosincrasia de comunidad tan curiosa cuyas fotos las mostraba efectivamente sonrientes tocadas con el velo característico tan polémico en otros lares, pues solo conozco algunas de aquí], se llega a que la mucha información dejaba algo sin explicar, y por tanto ¿dónde buscar?
Como quiera que buscar en sus cerebros (detalló el gran gesto de generosidad científica que suponía el que hubieran donado sus cerebros para su estudio –una diapositiva los mostró sumergidos en frascos colocados en la estantería de un laboratorio se supone que de neurociencia) no es aún suficiente en el actual estado de la ciencia, describió la utilidad de obtener de la ‘memoria hecha consciente: las autobiografías’ el estudio que pudiera encontrar su corolario en la forma o tamaño de esos cerebros (sobre este punto citó a E.P. Seligman, “La auténtica felicidad”, 2003).
De esa experiencia de hacer escribir a las monjas una breve autobiografía, pasando luego a medir la densidad de ideas y complejidad gramatical utilizadas por cada monja, podían por ejemplo concluirse resultados de relación causa-efecto entre expresiones emocionales positivas y larga longevidad de cada implicada: lo ilustró con el ejemplo comparativo de sor Cecilia y sor Marguerite. La autobiografía de la primera rezaba brevemente algo así (hablo muy de memoria) “Fue un bien haber sido concebida y tener valor para la alegría y empezar el noviciado feliz de tener la bendición de ser candidata a postular para la congregación”. Sor Marguerite no describía sin embargo un currículo con tantos adjetivos emocionales (relataba sus datos de nacimiento, y las distintas dedicaciones educativas emprendidas a lo largo de su carrera).
De ambas dos mostró las ‘curvas emocionales’ delatadas por los términos utilizados, dejando a la primera en un ventajoso resultado de 8,5 puntos con una gráfica con grandes picos justo situados en los términos ‘bien’, ‘valor’, ‘muy feliz’, ‘bendición’, etc. La pobre sor Marguerite apenas aprobaba, siendo así que tal ‘atonía emocional’ mostrada por semejante test, le hizo fallecer a una edad manifiestamente más temprana que la primera. En descargo del ponente hay que decir que informó de que en realidad la media ‘solo’ era de 7 años superior en las emocionalmente positivas considerado el conjunto, ‘aunque teniendo en cuenta la superioridad de calidad de vida de éstas durante esos pocos años de más’.
Con varios proverbios (uno hindú sobre el perro bueno y malo que tenemos cada uno dentro y que gana aquél que más alimente uno) y algunas frases célebres, se trataba pues de demostrar que “a nuestro cerebro lo que le apasiona por mor de su instinto de supervivencia es la expresión emocional positiva”.
UnaTabla-tipo tomada de algún sitio en la red

Como siempre pasa en conferencias que nos animan a mejorar (en ésta, a dar rienda suelta a nuestras emociones positivas), en el coloquio las preguntas versaban en cómo frenar precisamente las negativas (las emociones se entiende), en cómo compatibilizar el identificar como positivas las que difieren de las que otro no considere como tales, etc. El conferenciante vino a decir que las emociones consideradas positivas son iguales en todos con solo diferencias de matiz, y que a las malas hay que apartarlas con el recurso a útiles herramientas de autocontención de conducta (bromeó su ayudante en cómo las resolvía él: encerrándose en el cuarto de baño o algo así, aunque en honor a la verdad se refería a dejar pasar un tiempo para meditar antes de actuar).
No es necesario proponerse actuar de abogado del diablo para descubrir algunas fallas estructurales de un discurso así, incluso si no se ha accedido al conocimiento de la historia del desarrollo de las ciencias de la psicología y su clara polarización en dos corrientes, que ponen de un lado el peso en la voluntad consciente y los recursos físicos a poner en marcha para la mejora de uno mismo y de otro lado, los que ponen el peso en el análisis de cada sujeto de su más íntimo devenir psicológico que no excluya a los síntomas ni a la lectura del inconsciente. Para los primeros, este último prácticamente no existe (ni al parecer tampoco la infancia), y los síntomas solo que pueden ser apartados luchando aguerridamente contra ellos: En la mentalidad práctica y de resultado rápido perseguido por la psicología cognitiva de gran implantación en las escuelas norteamericanas y con serio peligro de que se instale en las estructuras de los sistemas sociales de Salud, se trata de localizar un indiscutible tratamiento corrector para cada conducta (existe hasta un extenso libro Vademecum de la psiquiatría –no recuerdo sus siglas exactas- que los indicia exhaustivamente), y si además se localizan físicamente los agentes químicos y las zonas cerebrales donde se ubican, pues dar incluso con la pastilla específica para cada “dolencia emocional” si las buenas intenciones o propósitos no son suficientes (contra la depresión, contra la obsesión, la histeria, etc).
La investigación planteada sobre el grupo muestral de 678 monjas no habla para nada de la descripción que hacen de sus infancias y parecería que los síntomas no formaran parte de sus vidas, lo que hablaría de una apacible vida en comunidad en la que todo eso habría quedado fuera, lo que puede ilustrar alguna de las consideraciones que hace el psicoanálisis sobre la resolución de convivencia con dichos síntomas que resuelven muchos sujetos, con una operación de externalización que sin ahogarlos, los redirecciona por ejemplo hacia un objetivo digamos que espiritual como el que presumiblemente proporciona el ideario de la congregación del caso expuesto en la conferencia. Es una salida que da confortabilidad al sujeto, y es legítimo y saludable que sirva para su equilibrio, y por qué no, para una mayor longevidad…
Pero negar esos aspectos en la investigación, circunscribiendo los problemas de "emocionalidad negativa" a un conflicto de conducta que neutralizar con un “si quieres, puedes”, es exponerse a que la tozuda realidad del síntoma y la emergencia del inconsciente dejen sin armas al análisis de los comportamientos que campen a sus anchas en lo más íntimo de sujetos individuales y distintos, aflorando sin remedio en un momento u otro, por más que la voluntad consciente y un listado de propósitos de priorizar lo emocionalmente positivo se apresten a ser blandidos en cuanto aparece la ‘bicha’.
Muchos libros de autoayuda están llenos de esos guiones para el buen y mejor comportamiento que sin embargo pudieran devenir en letanías letales para nuestra esperanza, pues como sin análisis del lenguaje del subconsciente no hay lenguaje de la razón que entienda, pudieran convertir en desánimo lo que comenzare como ilusión de cambio...

1 comentario:

María Pardo dijo...

Efectivamente este fue uno de los cursos (para muestra un botón) que se están impartiendo a los profesores colaboradores. Es decir, el discurso mediador está destinado a ser transmitido por los/las misioneros/as.
Más allá de las dudas sobre el rigor científico de estos estudios mi preocupación es cuál es el objetivo de la Empresa, que es evidente, pero ¿por qué ahora?, ¿cuál puede ser el castigo o destierro a los disidentes? ¿cómo será una empresa de entes sumisos, adaptados a este ideario liberal, en que el individuo sólo puede sonreir y sacrificarse por la empresa, algo así el dios en este mundo capitalista?....