martes, 26 de junio de 2012

A vueltas con el ser ...español

De Richard Morrell/Corbi
Hace poco recibí un correo ‘viral’ con una “reflexión sobre la mediocridad que nos rodea” que venía encabezado así: "Seamos o no de cualquier tendencia, izquierda, derecha centro o de nada, no puede ser más real. Es inteligente y con sentido común, venga de donde venga. No dejéis de leerlo"  Y este es su contenido:
El triunfo de los mediocres
 Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principalproblema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia. Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional. Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo. Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir. Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. Es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada –cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.


Pero mi modesta opinión es la siguiente:

Hay una gran tradición en la prensa de opinión y literatura españolas, representada principalmente por la noventayochista, en preguntarse sobre las causas del secular declive de España como tal, de la esencia que anida en sus gentes que la ‘impiden levantarse’ o al menos ser merecida deudora de legados originarios de cosmopolitismo europeo encarnados (sic) por nuestros antepasados castellano-aragoneses del primer conato de Reino y sobre todo de los primeros Austrias, que hubieran sido traicionados una y otra vez con cada nueva generación de españoles que les sucedieron. Siempre sería lo tolerado por esos españoles la causa de tal o cual paso atrás, en la medida en que su idiosincrasia iría pareja en el tiempo con un modo de ser muy íntimo en ese ser español que premia a los infaustos y denigra la inteligencia, hundidas probablemente sus raíces en una fuerza incontestable de la Iglesia de Roma que se beneficiaba de la ignorancia y la propiciaba por ello mismo, y que el Viejo Régimen sostuvo a capa y espada mientras pudo, que fue mucho. Paradójicamente, alguien de esa generación al que le “dolía España” hizo célebre esa frase de “que inventen ellos”, lo que habla de los peligros de realizar esa reflexión en el vacío sin atenerse a un método de análisis de la realidad menos ligado a las gacetas y tertulias al uso y más a lo que sería una publicación científica o universitaria.
No ha pasado tiempo ni nada, y un mismo razonamiento reaparece con cada nueva crisis del estado-nación que nunca fue España, siendo el más popular diagnosticar el más pesimista de los augurios: la razón de ser de nuestras penalidades está en nosotros mismos, y como si desde un manual de autoayuda psicológica se tratase, se nos conmina a analizarnos nuestra congénita mediocridad, bueno, la de los que nos rodean: "No hay mas que ver al vecino tragarse programas infumables, ver conducir a descerebrados en la carretera, observar las semanas caribeñas de un prócer de la patria sin que se le tuerza el gesto al infractor, no saber un dirigente mas que su idioma materno…" para colegir que, debido a la mediocridad de los otros –y a nosotros ‘por consentirlo’-, “estamos como estamos”. Tamaño análisis no es gran cosa (pues comportamientos en carretera, programas de tele-realidad, adolescentes mofándose del “empollón” o presidentes monolingües así  hay en muchos otros países poderosos –“no mediocres”- pues alpistes hay para todos), y no deja de permitir cómodamente hurtarnos un análisis más pormenorizado de mecanismos históricos y de lucha entre clases, gremios, sectores, territorios, etc. que conducen a tal o cual estatus quo en el que se impongan las injusticias, los desmanes, el latrocinio institucional o corporativo, etc. y es ahí donde los diagnósticos empiezan a diferir. Y a expresarse en las distintas arenas, la política una de ellas: Y no hay más letal para superar un estado de cosas así que denigrarla de entrada como viciada de origen por representar intereses distintos.
El ‘todos son iguales’. o ‘todos hacen lo mismo’  ha propiciado que se auparan unos en lugar de otros en momentos claves de nuestra historia; el no proponernos nosotros mismos aun considerándonos ‘más inteligentes' pero sin querer mancharnos con la acción política tan desprestigiada;  etc.  ha dado al traste con pequeños pasos recorridos en España en direcciones de progreso [¿o es que se niega que hayan sido dados algunos en nuestra historia, aun a costes humanos y de tiempo insufribles y ¡ay! trágicos para muchos de esos españoles?].´
El artículo de este correo, como otros muchos que los motiva una encomiable intención regenerativa pero en términos de impotente “queja existencial” de nuestra inconscientemente colectiva mediocridad, conduce a un peligroso racismo “hacia dentro” (ya se sabe: LOS ingleses, son así, LOS franceses asao… y LOS españoles de esta otra manera –y no precisamente hinchando el pecho para que no digan). Mi hipótesis para no enrollarme, es que con los mimbres reales es preciso forzar la realidad en la dirección que expresan muchas de las quejas del correo, y por poner un ejemplo, ni se me ocurre no expresar en cuanto foro -manifestación o huelga incluidas- se propicie a ello, el impedir que recorten en educación e investigación, y me cuidaré de votar a los políticos que priorizan el pago de no sé cual deuda de un banco a ese interés superior que es una garantía de futuro para el país y generaciones futuras. Y en este tipo de cosas, no todos son iguales, aunque si supieran más lenguas y hubieran viajado más, mejor, pero por favor, ¡nunca a un Registrador de la Propiedad! ;)


Y hablando de mediocridad, he encontrado estas divertidas citas...:

Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance.
François de la Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.

En esta vida algunos hombres nacen mediocres, otros logran mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima.
Joseph Heller (1923-1999) Escritor norteamericano.

La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.

Una de las mayores pruebas de mediocridad es no acertar a reconocer la superioridad de otros.
Jean Baptiste Say (1767-1832) Economista francés.

Los hombres mediocres, que no saben qué hacer con su vida, suelen desear el tener otra vida más infinitamente larga.
Anatole France (1844-1924) Escritor francés.

Sólo conviene la mediocridad. Esto lo ha establecido la pluralidad, y muerde a cualquiera que se escapa de ella por alguna parte.
Blaise Pascal (1623-1662) Científico, filósofo y escritor francés.

Sólo una persona mediocre está siempre en su mejor momento.
William Somerset Maugham (1874-1965) Escritor británico.

La mediocridad no se imita.
Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.

La mediocridad es lo excelente para los mediocres.
Joseph Joubert (1754-1824) Ensayista y moralista francés.

 

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